Por lo que respecta a este poemario (Abus), decir que es de la editorial Iglú, que su autora es una maestra jubilada que ejerció en la escuela infantil Aire Libre de Alicante y que contiene poemas que dedica a Liam y Noah, sus nietos. Además, para darle un toque más genuino las ilustraciones han sido realizadas a mano por antiguos alumnos/as de dicha escuela.
El oficio de los abuelos es suspirar,
contar la propia historia,
deshilvanarse.
El oficio de los abuelos es recordar,
narrar cuentos sentidos,
recuperar memorias.
(Mari Carmen Díez Navarro)
Y la razón por la cual he decidido escribir una entrada sobre este poemario es debido a la temática de este: la relación entre abuelos y nietos. En su día ya escribí una entrada específica dedicada a los abuelos, pero los que me conocéis ya sabéis que me gusta hablar de estos temas.
No es la primera vez que digo que la sociedad en la cual vivimos está enferma. Y no me refiero al aumento de casos de trastornos y enfermedades mentales como puede ser la ansiedad o la depresión, que también da para hablar largo y tendido. El capitalismo tiene mucho que ver. Ya hablaré de esto en otra entrada.
Debido al estilo de vida que llevamos, o que nos hacen llevar desde esta sociedad consumista y nihilista, en muchas ocasiones por inercia nos olvidamos de parar y analizar sobre lo que está bien y lo que no (capacidad de discernimiento), sobre lo que realmente importa en la vida y lo que no es tan relevante.
En esta sociedad de consumo nos dicen que podemos alcanzar la felicidad y que tenemos que ser independientes, únicos, y vivir al límite completamente desarraigados de nuestras raíces: de nuestra familia. Asimismo, nos dicen que hemos de buscar la cantidad en vez de la calidad en nuestras relaciones, que tenemos que renegar de nuestro pueblo o ciudad en la que hemos nacido y crecido, y la cultura popular de esta. Si bien, es cierto que el globalismo se ha cargado en gran medida la tradición de cada pueblo y ahora, como diría el escritor Juan Manuel de Prada, todo se ha convertido en una albóndiga, en una masa homogénea, en definitivas cuentas, en una mierda pinchá en un palo. Nos dicen que para alcanzar la mayor autorrealización personal, tenemos que pensar por y para nosotros, en nuestro beneficio económico, en nuestro estatus social e ir a nuestra bola. Y eso implica, entre otras muchas cosas, el individualismo imperante.
Todos hemos caído en ello, pero a la larga nos damos de bruces con la realidad y comprendemos que no es lo que deseamos como seres humanos, que lo que verdaderamente le hace feliz al hombre ( y a la mujer) es crear comunidad, establecer vínculos y darse a los demás, ya sea a través del ejercicio de una vocación convertida en oficio, ya sea de manera altruista llevando a cabo voluntariado, o incluso dándonos a las personas de nuestro entorno: familia, compañeros, amistades, un amigo que esté pasando por un momento delicado...
Es por ello que resulta sorprendente el auge de casos de soledad de las personas mayores en las sociedades modernas y avanzadas. Como dato curioso, en algunos países como Reino Unido y Japón se ha creado el Ministerio de la Soledad. Una de las razones es que nuestra sociedad, completamente manipulada por unos pocos ( los gobiernos y los plutócratas de turno), se ha convertido en un parque de atracciones, en una especie de salón de juego donde nada es sólido ni duradero, donde todo está en un constante cambio, donde se tapa y se ve como un error la enfermedad, la vejez, el fracaso, la tristeza y la muerte, que aunque no nos guste, forman parte de la vida. Y nos dicen que para ser felices y libres tenemos que seguir nuestro camino, pero ¿y qué ocurre con los demás?
Y la razón por la que cuento todo esto es porque creo que hemos perdido el valor hacia la sencillez, hacia el pasado, la tradición, la sabiduría de nuestros antepasados y las raíces, y en ocasiones dejamos de lado a nuestros mayores, porque nos hemos creído que para disfrutar de la vida tenemos que ser libres y desapegarnos de las relaciones con los demás, especialmente de la familia. Parece que el legado de nuestros mayores no importa en absoluto a las nuevas generaciones nacidas en la era digital. Puede haber muchas razones que desconozca, pero parece ciencia ficción el mundo que hemos convertido donde los afectos y el trabajo por conseguir relaciones humanas sólidas y duraderas han pasado en muchos casos a segundo plano. Vivimos en la sociedad de usar y tirar.
Volviendo a los abuelos, en algunas culturas ( depende de las familias) la figura de los abuelos es prácticamente inexistente, en cambio, en algunas otras forman parte de la vida de sus hijos y nietos. Quizá conviene analizar el por qué y el cómo se podría evitar que las relaciones entre abuelos y el resto de la familia no decaiga. Imagino que el estilo de vida que llevamos no es el más favorable para poder compaginar de manera saludable trabajo, familia y la cantidad de ocio que nos venden. La sociedad y el sistema no creo que cambien de la noche a la mañana, pero siendo conscientes podemos hacer un pequeño esfuerzo de cambio personal en cuanto a valores y prioridades.
Para concluir, no se trata de tomárnoslo como una obligación, pero sí creo que cuando uno tiene hijos pequeños y cuando ya somos mayores, debemos hacer por conocer y pasar tiempo con ellos ( en la medida en que se pueda según las circunstancias), conocer la historia de su vida, la de su familia, y que así sepamos de dónde venimos para saber quiénes somos. Yo a mis 25 quiero poder disfrutar de la compañía y las historias de mis tres abuelos, porque como diría Ana Iris Simón, la autora de Feria, las manos curtidas de tierra, sol y viento también saben.
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